Sreo sam ga bezbroj puta
i svaki put me dirne
razbarušenom ljepotom svojih boja,
kao i tužnom, neispričanom pričom
o tome kako se ljudi ophode
i imenuju stvari.
Gdje ima i mrvica zemlje,
kažu mi - raste svugdje!
I baš po tome
ljudi su mu dali ime:
smrdećan!
Kao da se žele narugati
njegovoj neizbirljivosti.
Jednostavnosti.
Tvrdoglavoj
i prkosnoj volji,
koja iz ničega
iznjedri život.
A on se ne zove.
Njemu ne trebaju
naše riječi.
Niti naša imena.
On šutljivo raste
uz gomile i suhozide.
Ispred i iza kuća.
Pa čak i ondje
gdje ukućani
bacaju izmet.
Nikne.
Izraste sam.
Ne traži našu pažnju.
I bude ga čitav grm.
Po nekoliko raskošnih cvjetova
razlista se na jednoj nožici.
Kao da nam želi reći:
gledajte koliko me ima!
Moje žile rastu iz samog srca
ove škrte i gole zemlje.
(Zemlje koju ste vi uprljali,
a ja je krasim, usprkos vama!)
One su veće, dublje,
mudrije, i jače,
od svih vaših
riječi.
I imena!
...
Sreo sam ga bezbroj puta
i svaki put se nad njim nagnem.
Spontano.
Nekad i mimo
svoje volje.
Makar i onako ovlaš.
Tek toliko da mu rukom
pomilujem lišće.
- Široko zeleno lišće,
puno soka! Lišće koje me
i samo podsjeća na raširene ruke.
Neke drevne, prastare ruke,
na kojima se proziraju žile.
Tom spontanom, nekontroliranom,
i sasvim intimnom gestom,
koja se i meni kadikad pričini
posve smiješnom - razumije li cvijet
naše geste? - kao da mu želim
šapnuti: znam! znam!
Nepravedno je to što čine
oni koji su se otuđili od zemlje.
- Razumiju li ljudi govor cvijeća?
Svojim smradom obilježili su
jedno sasvim nevino biće.
A ponekad i zastanem.
Namjerno!
I na očigled sviju uberem
onaj najveći cvijet u grmu.
(Računam, taj je najstariji!
On je odživio svoje, pa se valjda
neće toliko naljutiti.)
Pomirišem ga!
Tako
da vide svi.
Njegov je miris
zaista nježan.
Sasvim tih.
I blag.
Gotovo nečujan.
I latice mu
otpadaju same.
Umjesto nas,
kao da se srame
nemilosrdnog
dodira ljudi.
Komiža, 27. 05. 2011.
Vinko Kalinić
Balada sobre la flor maloliente
La encontré sin número de veces
y cada vez me conmueve su
espeluzada belleza de todos colores,
igual como su triste cuento sin contar,
sobre como la gente trata
y nombra las cosas.
En todo pedacito de tierra
- dicen – ¡crece por todas partes!
Y por eso
la gente la llama:
¡geranio!
Como queriendo burlarse
de su falta de exigencia.
De su sencillez.
De su terquedad
y voluntad
de la que de la nada
crea la vida.
Y ella no se llama.
Ella no necesita
nuestras palabras.
Ni nuestros nombres.
Crece en el silencio
entre montones y muros.
En frente y detrás de las casas.
Hasta y allá
donde la gente
echa el estiércol.
Brota.
Crece sola.
Sin nuestra atención
se vuelve toda una mata.
Algunas suntuosas flores
florecen de un tallo.
Como queriéndonos decir:
¡ miren como soy!
Mis venas crecen del mismo corazón
de esta pobre y desnuda tierra.
(¡Tierra que ustedes ensuciaron
y que yo adorno, a su pesar!)
Ellas son más grandes, más profundas,
más savias y más fuertes
que vuestras palabras.
¡Y nombres!
…
La encontré infinidad de veces
y cada vez me inclino delante de ella.
Espontáneamente.
A veces y contra
mi voluntad.
Aunque así de paso.
Para apenas acariciarle
las hojas con la mano.
- ¡Hojas anchas y verdes,
llenas de jugo! Follaje que me
recuerda a manos abiertas,
ancianas, manos viejas
en las que se transparentan las venas.
Con ese gesto espontáneo, incontrolado
y completamente íntimo,
que de vez en cuando y a mí me parece
cómico - ¿entiende la flor
nuestros gestos? – como que le quiero
susurrar: ¡Lo sé! Lo sé!
Es injusto lo que hacen
aquellos que te han alejado de la tierra.
¿Entiende la gente el idioma de las flores?
Con su hediondez marcaron
un ser tan inocente.
Y a veces me detengo.
¡A propósito!
Y delante de todos
recojo de la mata
la flor más grande.
(¡Pienso, esta es la más vieja!
Y ya vivió lo suyo, así que
no se enojará mucho.)
¡La huelo!
De manera
que todos lo vean.
Su aroma
es de verdad suave.
Silenciosa.
Y leve.
Casi no se siente.
Y sus pétalos
caen por sí solos.
Como si
se avergonzaran
del contacto
despiadado
de la gente.
Vinko Kalinić
(Traducción: Željka Lovrenčić)
y cada vez me conmueve su
espeluzada belleza de todos colores,
igual como su triste cuento sin contar,
sobre como la gente trata
y nombra las cosas.
En todo pedacito de tierra
- dicen – ¡crece por todas partes!
Y por eso
la gente la llama:
¡geranio!
Como queriendo burlarse
de su falta de exigencia.
De su sencillez.
De su terquedad
y voluntad
de la que de la nada
crea la vida.
Y ella no se llama.
Ella no necesita
nuestras palabras.
Ni nuestros nombres.
Crece en el silencio
entre montones y muros.
En frente y detrás de las casas.
Hasta y allá
donde la gente
echa el estiércol.
Brota.
Crece sola.
Sin nuestra atención
se vuelve toda una mata.
Algunas suntuosas flores
florecen de un tallo.
Como queriéndonos decir:
¡ miren como soy!
Mis venas crecen del mismo corazón
de esta pobre y desnuda tierra.
(¡Tierra que ustedes ensuciaron
y que yo adorno, a su pesar!)
Ellas son más grandes, más profundas,
más savias y más fuertes
que vuestras palabras.
¡Y nombres!
…
La encontré infinidad de veces
y cada vez me inclino delante de ella.
Espontáneamente.
A veces y contra
mi voluntad.
Aunque así de paso.
Para apenas acariciarle
las hojas con la mano.
- ¡Hojas anchas y verdes,
llenas de jugo! Follaje que me
recuerda a manos abiertas,
ancianas, manos viejas
en las que se transparentan las venas.
Con ese gesto espontáneo, incontrolado
y completamente íntimo,
que de vez en cuando y a mí me parece
cómico - ¿entiende la flor
nuestros gestos? – como que le quiero
susurrar: ¡Lo sé! Lo sé!
Es injusto lo que hacen
aquellos que te han alejado de la tierra.
¿Entiende la gente el idioma de las flores?
Con su hediondez marcaron
un ser tan inocente.
Y a veces me detengo.
¡A propósito!
Y delante de todos
recojo de la mata
la flor más grande.
(¡Pienso, esta es la más vieja!
Y ya vivió lo suyo, así que
no se enojará mucho.)
¡La huelo!
De manera
que todos lo vean.
Su aroma
es de verdad suave.
Silenciosa.
Y leve.
Casi no se siente.
Y sus pétalos
caen por sí solos.
Como si
se avergonzaran
del contacto
despiadado
de la gente.
Vinko Kalinić
(Traducción: Željka Lovrenčić)
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